El arte de documentar, August Sander.

Quién mejor para encontrar esa cualidad germánica inexpugnable de los habitantes de esa parte del globo tan conflictiva que un autóctono. La búsqueda vital de August Sander, a través de la cámara fotográfica, crear un documento social a través del retrato de personas corrientes y molientes de la clase obrera durante toda su vida, pero más intensamente en los años veinte.
Sander empezó a dedicarse al mundo de la fotografía en Berlín, y lo hizo como muchos otros como asistente, después de haber realizado el correspondiente servicio militar a finales del siglo XIX en Trier, después de Berlín pasó por varias ciudades alemanas hasta quedar ubicado en Köln, donde permanecería casi permanentemente hasta el final de su vida. En Köln precisamente desarrollará la esencia de su trabajo vital titulado más adelante: Menschen des 20, (Gente de los 20). Ayudado por el contacto con otros artistas participantes del grupo artístico local “Kölner Progresive”, entre ellos Franz Wilhelm Seiwert, Otto Freundlich y Raoul Hausmann, desarrolló su trabajo Menschen des 20, comprendido por unas 600 fotografías divididas por profesiones, con la pretensión de ser un estudio social en el cual no solo quería reflejar la sociedad de los años 20, sino que tiene como tesis una diferenciación personal de la sociedad apartir del oficio. Siete son las categorías en las que realiza esta división de las cuales son una parte las siguientes: los agricultores, los artesanos, las mujeres y los artistas. Pero esta dedicación a la sociedad alemana no sería vista con tan buenos ojos por el partido Nacionalsocialista, pese a lo que pudiera parecer, pues no solo mostraba personajes de la raza aria perfectamente estereotipados al estilo nazi, sino que mostraba otras clases más bajas de la sociedad que no eran precisamente parte de la imagen que el régimen quería mostrar.
Pero no solo se dedicó a la clasificación de personas, o a intentarlo, sino que durante el año 1927 viajó a la Cerdeña, donde tomó un número casi tan ingente de fotografías como para su otro trabajo, casi 500 fotografías de plantas que tenían que formar parte de un libro en el que contribuiría el escritor Ludwig Mathar aportando la parte escrita.
Las fotografías de Sander realizadas siempre en blanco y negro muestran rostros serios que miran directamente al objetivo, sin miedo, perfectamente enfocadas y de composición impoluta, como en la fotografía que arriba se muestra de un carbonero en Berlín, perteneciente a su primera época. Son documentos que, como sus fotografías de plantas, no pretenden más que ser parte de esa categorización, pero que tienen un alma oculta, inevitable, que es la que la propia impronta del autor, de sus gustos, de su alma, imprimen afortunadamente en ellas. Como él mismo dice: “la esencia de la fotografía es el arte de documentar” y así se muestra en su obra.

El fotógrafo está indefenso ante Berlín.

Fotografiar Berlín se ha convertido día a día en algo más difícil, las fotografías de Berlín se van agolpando, sobreponiéndose incluso como si de dobles exposiciones de negativos se tratasen, y los fotógrafos ya no saben qué hacer para innovar, para sacar algo de la ciudad que no haya sido fotografiado, algo diferente que los haga a ellos mismos diferentes como fotógrafos, como personas, o como fotógrafos-persona. Buscan esperando el momento en el que encontrarán esa serie de imágenes perfectas, porque no es suficiente con una, que los vayan a catapultar a aquel lugar del que no hay vuelta, un lugar al que solo se puede llegar después de haber en contrar la llave de la puerta del éxito. Cuya puerta, cuando se abrá, lo hará únicamente para ellos, haciéndoles pasar a ser parte de un mundo en el que únicamente hay una persona viva, rodeada de cadáveres llenos de prestigio y telarañas que no ocupan espacio, permitiendo lugar para egos tan grandes y necesitados de reconocimiento, egos grandes en cabinas parelelas que se irán acumulando en ese pequeño gran paraíso existente únicamente en sus cabezas.
Así son los fotógrafos, y lo peor es que en cada uno de nosotros hay un pequeño gran fotógrafo esperando a que llegue su despertar, de ello sacan bien provecho Canon, Nikon y sus compañeros. Se trata de una amenaza que no deja dormir a ninguno de los fotógrafos ya confesos y con “nombre”, que en vez de guiar por el buen camino a sus pupilos, arremeten contra ellos, disparando sus objetivos contra ellos y robándoles el alma, para que así no puedan salir nunca. No conformes con ello dejan abandonados a su suerte los cuerpos vacíos, mientras acumulan como si de una colección de sellos se tratase sus almas en carretes , papel, en memorias SD, Flash y cualquier otra novedad almacenadora que la tecnología ponga en sus manos.
Una vez conocí a una chica fotógrafa que llegó a Berlín pensándose que era la tierra de las oportunidades, embarcó su cámara de dos quilos en el avión, y con ella parte de sus pertenencias, pero lo que más le pesaba y no le hicieron pesar eran sus ansias de triunfar. Esta amiga empezó a ir a las típicas fiestas alternativas de Kreuzberg, en la primera de las cuales se encontró con una pintora que utilizaba pintura transparente, en la segunda se encontró con una guitarrista que tocaba sin cuerdas y en la tercera a una directora de cine en cuyas películas solo había una imagen. En vez de dejar de ir a fiestas absurdas como muchas otras hubiesen hecho, siguió yendo, pero a partir de entonces para diferenciarse de todo el resto de artistas tomó la valiente decisión de dejar de decir que hacía fotografías, y eso no fue lo más trágico, sino que su ocaso continuó hasta que le dió por aceptar un trabajo en una empresa de publicidad. Triste historia sin duda la suya que será tan olvidada como repetida.

Eva Besnyö, fotografías de una posible Anna Frank.

Si el frío no te impide enfrentarte a las calles de Berlín, una actividad cultural interesante para estos gélidos días es la que ofrece la Berlinische Galerie, donde se encuentran las fotografías de una de las últimas representantes de la Nueva Visión, una vida en fotos de Eva Besnyö. Hasta el 27.02.2012 estará expuesta la obra de esta fotógrafa húngara cuyo pasado queda atrapado entre la oscura historia europea del judío común de principios de siglo. Eva Besnyö nace en Budapest, donde empezaría su carrera como fotógrafa, pero solo poco tiempo antes de mudarse a la ciudad que supondría una revolución total en su vida y en su carrera artística. Berlín es la ciudad en la que se dejaría influenciar por las mismas corrientes que arrastraron a Moholy-Nagy , uno de sus compatriotas con los que comparte un destino parecido. No resulta, aun así, tan conocido el nombre de Eva Besnyö como el de sus otros de sus contemporáneos de siglo, véase André Kertesz o Robert Capa.
En Berlín la fotógrafa desarrolló sus posibilidades al máximo, alentada por la gran actividad artística y política de la ciudad, trabajó tanto en publicidad como para la prensa, llegando a ser publicada en el Berliner Illustrierten Zeitung, donde conseguiría incluso publicar con libertad temática. De esa época datan fotografías de Berlín como la de la calle Starnbergerstrasse (foto de arriba) donde puede verse claramente el sello de la Nueva Visión y el paralelismo con Moholy-Nagy, a esta se le suman fotografías de contra-picados con andamios y trabajadores, entre otras. Pese a su satisfactoria experiencia en la ciudad, la situación política llevaría a la fotógrafa a volver a cambiar de aires en 1932, y como si de una Anna Frank más se tratase sus pasos le dirigirían hacia otra de las capitales europeas más modernas, la Ámsterdam holandesa. En Ámsterdam su fotografía tomaría otros cauces y sobre todo conseguiría un reconocimiento que fue progresivo, pero que aun así no aminoró su dedicación a causas políticas entre las cuales la oposición al nacionalsocialismo tenía prioridad, al afectarle directamente tanto a sí misma, como al destino de su familia, que se llevaría la vida de su padre. Otra de las causas que apoyó sobre todo fotográficamente fue la feminista, por ello el gran número de retratos a mujeres que encontramos en su obra, mujeres que posan con naturalidad, en la playa, manifestándose por sus derechos, mujeres con sus hijos, miradas directas a la cámara que son tratadas con candidez y delicadeza.

Fotografía de contrastes en Berlín.

Los contrastes de Berlín vienen siendo una temática constante desarrollada de todas las formas posibles por los artistas residentes en Berlín. Una ciudad que reune de la forma más variopinta el orden alemán, el caos de su misma rebelión generacional , de la juventud, y una inmigración diversa y de marcada impronta, no podía menos que generar contrastes también en su propio paisaje urbano. Un contraste que puede observarse rápidamente comparando los diferentes barrios en los que se divide la ciudad, sin ir más allá entre Neukölln y Friedrichshain, separados únicamente por Kreuzberg, puede observarse una gran diferencia en el tipo de construcciones, en la organización de la calles, el tipo de comercios y la fauna callejera. Partiendo de que Friedrichshain estaba situado en la zona comunista de la ciudad y Neukölln en la capitalista, ya pueden suponerse ciertas diferencias, y aunque ambos barrios son considerados como zona de obreros, la historia los separó no solo interponiendo un muro que los separaba, sino atrayendo diferentes tipos de población.
Aun así, dichos rasgos diferenciales no solo pueden verse comparando las distintas partes de la ciudad, sino que en los mismos barrios los contrastes que pueden encontrarse son abismales y son por ello objeto de reflexión e inspiración. Las fotografías de Berlín que pueden verse en webs dedicadas íntegramente a esta ciudad como Bilderbuch-Berlin, donde pueden encontrarse fotografías de Clara Plewka, Michael Haddenhorst y Stefan Robertz, muestra un retrato completo de la que viene a ser la tesis de este artículo. Fotografías de muros destartalados llenos de grafitis al lado de edificios que pretenden adelantarse al futuro, cristalinos y tan grises como el estado meteorológico. Rastros llenos de las sobras inmuebles de toda la ciudad, junto a construcciones de la más primerísima mano. Nuevos y coloridos asientos de plástico ante una antigua tienda de libros. Görlitzer park y sus turistas americanos tomando el sol en el césped, como si de un idílico lugar se tratase, luciendo sus impecables ropas vintage, con unos binóculos de última moda, junto a las decadentes naves de ladrillo marronoso, el mismo lugar donde los sin-techo han estado durmiendo las frías noches de invierno, donde los autóctonos hacen sus barbacoas, mientras grupos de punks piden dinero a grito pelado recitando hasta la saciedad I want you, y otros misteriosos personajes ofrecen sustancias ilegales de efectos sorpresa. Éstas son imágenes más que comunes en una ciudad de contrastes que solo mediante la búsqueda de una conexión entre polos opuestos puede ser reflejada, explicada.

La cosificación del ser humano en Renger-Patzsch.

Hoy la fotografía de Berlín es gris como de normal, pero un gris de tormenta, de esas cargadas de energía ; durante las cuáles parece que todo puede pasar, como si en cualquier momento se fuera a levantar el aire y se lo fuera a llevar todo, elevando a todo el mundo por momentos, alejándolos de sus prisas, de sus preocupaciones, y zarandeándolos hasta desposeerlos de todo lo inútil y material. Un día que remite a la obra de Renger-Patzsch y a lo etéreo de sus fotografías de materiales muertos, plantas secas, paisajes inertes, maquinaria deshumanizado, que componen su trabajo el “Mundo es bello”, un título lleno de ironía, aunque ni siquiera él mismo lo pretendiese. Que si el mundo era bello en sí mismo para Renger-Patzsch, no parece tan relevante.
Se pueden hacer fotografías y películas en blanco y negro, que no por ello resulten tristes y grisáceas. Pero los paisajes de ciudad que muestra Renger-Patsch están muy lejos de esa belleza del mundo, que por supuesto existe, pero que objetivamente no está donde él la busca con el objetivo de su cámara. Pues más que belleza, en esos días nublados y neblinosos que muestran parajes de cemento solitarios, lo que puede, más que verse, sentirse es desolación por un nuevo mundo industrial al cuál intenta comprenderse. Pero también sorpresa y curiosidad por esos nuevos objetos y que conformarán las naturalezas muertas que son los object trouvé, una constante en su obra El mundo es bello.
La fascinación de principios de siglo por ese mundo industrializado que puede verse en películas como Metrópolis de Fritz Lang, que puede leerse entre las páginas de 1984 de George Orwell, es exactamente lo que podemos observar en las fotografías de objetos iguales que hace el fotógrafo, que son una repetición de sí mismos, objetos que han sifo fabricados por humanos a quienes podemos imaginarnos trabajando codo con codo, con los mismos uniformes, como si de esos mismos objetos se tratasen. Fotografías que podrían incluso leerse como una alegoría a las nuevas ideologías totalitarias que subirían al poder, parte de la historia de la misma ciudad, Berlín, donde el fotógrafo empezó sus primeros pasos profesionales en una agencia de fotografía poco antes de la subida de Hitler al poder. Su trabajo El mundo es bello, aun así, data de años después, en 1928, como una visión preconcebida de lo que iba a ser su país, Alemania.

Marianne y Helmut, o de lo complejo de dejarse sorprender.

A veces la vida te da sorpresas y cuando piensas que nada podría hacerte cambiar de opinión sobre un tema llega por casualidad a tus ojos una imagen, una fotografía que genera esa duda que te hace plantearte tus propios principios e ideales. Así, o de forma un poco menos cautivadora y dramática, es como ha llegado hace unos momentos antes mis incrédulas y hasta ahora pretendidamente inocentes retinas la imagen de Marianne Faithfull. Como un vaso de agua fría e insultante en medio de un día de verano, de forma inesperada y casi agradable, pero agridulce.
Agradable por lo que transmite el retrato, porque antes de saber ni siquiera quién era la mujer que generosamente posa, puede sentirse su presencia, su tristeza, su transparencia. E inesperada porque esa maravilla la ha realizado alguien que podría ponerse perfectamente como ejemplo de la deshumanización postmodernista (por ponerle un nombre cool), alguien que le hace quitarse la camiseta a esta mujer, quién no pretende, se expone; porque lo que ha pasado en esa foto es algo inconcebible y a lo que he intentado encontrar una explicación buscando y rebuscando entre fotos y más fotos de Helmut Newton algún caso parecido, pero solo he encontrado un símil, a puras penas comparable, pero que parece que sea otro oasis de cierta sensibilidad en su obra.
Mónica Vitti, no sé si es porque no puedo salirme de mí misma y olvidar lo bella que es y sus papeles como mujer melancólica en las películas de Antonioni. Porque las reglas siempre tienen que desconfirmarse para ser confirmadas, así como el cielo encapotado se desencapota cuando el encapotador llega, algo absurdo que debe pasar, y así es quizás cómo nace la imagen de esta Marianne Faithfull comparable con ninguna de las otras que el propio fotógrafo extrajo de ella. Las preguntas sobre el backstage de la foto se amontonan, ¿fue un momento bajo de la cantante?, ¿hubo algo entre ellos?, y la última como menos probable, ¿quiso mostrar algo sobre ella? No sé si esta foto se encuentra en el museo de Helmut Newton de fotografía en Berlín, donde se agolpan sus armatostes a tamaño real, como la última moda requiere; solo hay que pasarse a visitar el Mindpirates en Kreuzberg donde se mantiene a la espera, de quien esté preparado, una colección de todas las fotografías que caben, 3, a maxitamaño totalmente injustificado de imágenes a lo más alternativo de pinhole.

Magnum dispara sobre Berlín.

La agencia internacional de fotografía Magnum dispara sobre Berlín, y esta vez lo hace con los negativos de fogueo de Bruce Davidson. El C/O, el foro internacional de diálogos visuales y fotografía de Berlín acoge uno de los eventos de fotográficos del año. Tras la inauguración el pasado 16 de marzo de la exposición dedicada a su ya conocido y reconocido trabajo llamado Subway,pueden verse expuestas la serie de fotografías dedicadas íntegramente al metro de Nueva York que Davidson empezó durante los años 80. La primera publicación de este trabajo a todo color se remonta al 1986, pero debido a su reedición el pasado año 2011 con la inclusión de 25 nuevas fotografías inéditas a las 118 que ya podían verse en las anteriores ediciones.
Qué mejor lugar para traer un trabajo sobre el metro que de no ser por la procedencia de Bruce Davidson podría haber sido realizado íntegramente en el Sbahn de Berlín sin el que resultado hubiese sido muy diferente. El único de sus trabajos realizados con color muestra su dominio de la luz y del color a pesar de haber estado trabajando en blanco y negro prácticamente toda su vida, y atreviéndose en este caso a utilizar el soporte de la diapositiva, uno de los más delicados y que requiere de más precisión a la hora de exponer. Queda añadir que el hecho de elegir el color no es una decisión arbitraria sino que está relacionada directamente con el tema de las fotografías en sí, pues se trata de mostrar un retrato de Nueva York, de la diversidad cultural que vive la ciudad en ese momento, tanto en sus habitantes como en la que se refleja en los grafitis del metro, de colores tan vivos como los contrastes de la misma ciudad.
En Subway como ya puede imaginarse el expectador se encuentra con fotografías, en su mayoría, de corte muy cercano debido a la ausencia de espacio, aunque no únicamente, pues también combina los retratos con imágenes del exterior, paisajes urbanos desde el metro, retratos de personas esperando en estaciones exteriores, pero también dentro de los pasillos del metro. Retratos personajes que se han dejado retratar eventualmente y que, quizás, debido a la inmediatez del momento, no contienen la misma profundidad que los realizados en otro de sus trabajos en blanco y negro, como la serie titulada East 100th Street; serie realizada durante los años sesenta y que muestra la vida y los personajes que habitan en esa parte de East Harlem. Un espacio tan reducido y en el que pueden ocurrir tantas cosas, pero que pese a ello siempre queda dependiente de esa aletoriedad, de esa casualidad que hace coincidir a una gente en un mismo lugar, sin aparentemente ningún tipo de coincidencia más que que tengan un mismo destino.

Pieces of Berlin

A veces el día se levanta melancólico y parece que lo que el día anterior no tenía significado alguno este día pasa a tomar parte de una especie de conspiración que no puede hacer más que transformarlo todo en algo depresivo, un aura depresiva que lo persigue todo y que parece que solo el chocolate y la música ochentera podrían ahuyentar. En días así puede ser que inesperadamente al sol, sin aviso previo, le dé por salir, por sorpresa después de 7 días, y ya no te puedes quejar ni del mal tiempo. Así es Berlín, sin avisar te lleva por caminos inescrutables, como la página de Florian Reischauer, Pieces of Berlin, una búsqueda de la berlinidad más corriente y moliente. Pieces of Berlin es un proyecto en el que se recogen fotografías de Berlín dedicadas a esta gran y heterogénea ciudad, a sus monumentos, edificios, pero sobre todo a sus conciudadanos. Personajes típicos y anodinos de las calles de Berlín se agolpan en fotografías al más puro estilo lomo enmarcadas por el inconfundible marco Kodak, prácticamente una fotografía diaria que pretende mostrar el día a día de la ciudad. Algunas de cuyas imágenes son más anecdóticas y de relleno que otras, pero no dejan por ello de ser lo que pretenden, un retrato de la ciudad. Por ello quizás podría considerarse que no es éste el mejor trabajo del joven fotógrafo afincado en Berlín, sino quizás sus otros trabajos menos extensos y con Polaroid dedicados al Transiberiano, al bosque y al campo.
A veces los formatos antiguos como único recurso estético se quedan cortos, sin embargo cuando la temática y la técnica utilizada se complementan con ellos resultan una combinación en extremo satisfactoria, véanse sus fotografías en movimiento del campo en las que aprovecha las líneas horizontales para crear diferentes capas de color difuminado gracias al desenfoque de la lente típico del formato Polaroid, éstas son más que fotografía, pasajes que explican sensaciones. Así resultan también algunas de las fotografías que realiza desde el Transiberiano, proyecto en el cual se mezclan algunas fotografías insulsas y típicas de viaje, en las que se muestra una carencia de orden selectivo que podría ser más deliberado de lo que parece, buscando más una intención de vivencia, ilustración de un periodo, de una jornada de viaje. Por el contrario, en sus otros proyectos se observa una cuidada selección, Forest y Land. En Forest a pesar de ello encontramos fotografías sobreexpuestas y desenfocadas cuya primera impresión es estéticamente agradable, pues las combinaciones de colores pasteles son efectivas, pero el recurso de la Polaroid como única estética se hace anafórica.


Berlín desde el cielo. Moholy-Nagy y la nueva visión.

Quién quiere mirar al cielo de Berlín cuando lo único que puede ver es una masa compacta gris que tanto podría tratarse del humo concentrado de mil fábricas, como de una niebla tan espesa como un domingo de resaca. A lo mejor fue esta la razón que llevó a Moholy-Nagy a participar en este movimiento de cambio que representa la nueva visión en cuanto a las perspectivas más rutinarias de un arte prácticamente nuevo como era la fotografía, dándoles completamente la vuelta. Moholy-Nagy nace en Hungría, crece en Chicago y encuentra sentido a su vida en Berlín, donde conoce a la que sería su mujer humana Lucía Schulz, y a su mujer incorpórea, la fotografía. Posteriormente a tamaño hallazgo es cuando entra a formar parte como profesor de la elite y la institución conocida como Bauhaus.
Negar el cielo, es como negar lo celeste, afirmando así lo terrenal hasta su máxima expresión; de esta forma es cómo observa el objetivo que Moholy-Nagy posee, no conformándose con el clasicismo de una fotografía que se conforma con mantener la horizontalidad con suelo, manteniendo un ángulo de 90º respecto al objeto fotografiado. Pero la Nueva Visión que Moholy-Nagy traslada del seno de la Bauhaus la fotografía, no se trata únicamente de una nueva forma de ver, de enfocar la realidad, sino también de un cambio en su concepción como forma representativa. Se trata, más bien, de pasar a cambiar el objeto de la fotografía de un mero canal a través del cual representar la realidad, a convertir la cámara en uno ojo con vida, que ha despertado tomando consciencia de su propia subjetividad. Moholy-Nagy transforma la realidad, así es como la fotografía que observamos nos muestra el suelo visto desde una Torre de la televisión de Berlín tan revisitada, en un fotograma plano, en el cual no existen volúmenes, sino los puntos y las líneas kandiskianas, y que también vemos en completo paralelismo en otro de los representantes rusos, como es Rodchenko. Un olvido de la realidad a través de la realidad que otra formas artísticas como la pintura también llevan a cabo durante un periodo de tan difícil asimilación y tantos cambios como lo fue el periodo de entreguerras posterior a la I Guerra Mundial, cuando el idealismo del progreso como hecho positivo cae sobre el mundo en forma de bomba.


Helmut Newton clásico o prescindible.

Si estás interesado en arte y tus pies se han encaminado hacia Berlín, te va a ser casi imposible evitar la tentación de pisar el museo de Helmut Newton. Muchos se preguntarán quién es este fotógrafo y por qué le han dedicado este tan monumental y único museo en tal capital ciudad, no tenemos respuestas claras al respecto pero intentaremos ofrecer una visión global que pueda esclarecerlas en alguna medida. Helmut Newton nació y vivió en Berlín hasta que su religión judía se lo permitió. Tuvo que huir y acabó deportado a Australia donde empezaría su carrera como fotógrafo. Años después hace una peregrinación por las capitales de moda europeas donde se generará fama como fotógrafo de publicidad, así es cómo acaba en París trabajando para las revistas Vogue y Elle. No es extraño, por una parte, que fotógrafos que ahora consideramos clásicos hayan trabajado en publicidad, vendiendo su arte al mejor postor, pero no todos lo han hecho de forma en la que este objetivo mercantilista ocupara prácticamente la intención de toda su obra. Las fotografías de Helmut Newton muestran a mujeres atractivas, que algunas veces conservan la ropa, cuando es lo que anuncian, y que siempre se posicionan de forma sensual, a la vez que provocador ante la cámara. Una fuerza femenina sexualmente arrebatadora es la que llena el conjunto de fotografías de este reputado fotógrafo, quien en nuestro imaginario no puede ser menos que un galán seductor, pues tales trofeos ha conseguido. Las fotografías en sí son técnicamente impecables, las luces iluminan, creando volúmenes y claroscuros, unos escenarios preparados a conciencia, pero aparentemente casuales y costumbristas, cocinas, habitaciones, bares, calles; son los que enmarcan a las protagonistas. ¿Se tratan de mujeres que se revelan quizás ante ese lugar predeterminado socialmente para ellas, o son simplemente objetos sexualizados carentes de humanidad? En su general las fotografías de Helmut Newton han creado polémica por la duda que genera con sus intenciones, feminismo y machismo son palabras que se dan de la mano sin mirarse a los ojos y que salen a la luz en cuanto a las fotografías de este fotógrafo de Berlín son mencionadas. Pocos son los hombres que han tenido el honor de ser fotografiados por éste, entre ellos en su mayoría famosos de la talla de David Bowie (al que dedicaremos una mención honorífica en próximas entregas).

El fotógrafo está indefenso ante Berlín.

Fotografiar Berlín se ha convertido día a día en algo más difícil, las fotografías de Berlín se van agolpando, sobreponiéndose incluso como si de dobles exposiciones de negativos se tratasen, y los fotógrafos ya no saben qué hacer para innovar, para sacar algo de la ciudad que no haya sido fotografiado, algo diferente que los haga a ellos mismos diferentes como fotógrafos, como personas, o como fotógrafos-persona. Buscan esperando el momento en el que encontrarán esa serie de imágenes perfectas, porque no es suficiente con una, que los vayan a catapultar a aquel lugar del que no hay vuelta, un lugar al que solo se puede llegar después de haber encontrado la llave de la puerta del éxito. Cuya puerta, cuando se abra, lo hará únicamente para ellos, haciéndoles pasar a ser parte de un mundo en el que únicamente hay una persona viva, rodeada de cadáveres llenos de prestigio y telarañas que no ocupan espacio, permitiendo lugar para egos tan grandes y necesitados de reconocimiento, egos grandes en cabinas paralelas que se irán acumulando en ese pequeño gran paraíso existente únicamente en sus cabezas.
Así son los fotógrafos, y lo peor es que en cada uno de nosotros hay un pequeño gran fotógrafo esperando a que llegue su despertar, de ello sacan bien provecho Canon, Nikon y sus compañeros. Se trata de una amenaza que no deja dormir a ninguno de los fotógrafos ya confesos y con “nombre”, que en vez de guiar por el buen camino a sus pupilos, arremeten contra ellos, disparando sus objetivos contra ellos y robándoles el alma, para que así no puedan salir nunca. No conformes con ello dejan abandonados a su suerte los cuerpos vacíos, mientras acumulan como si de una colección de sellos se tratase sus almas en carretes , papel, en memorias SD, Flash y cualquier otra novedad almacenadora que la tecnología ponga en sus manos.
Una vez conocí a una chica fotógrafa que llegó a Berlín pensándose que era la tierra de las oportunidades, embarcó su cámara de dos quilos en el avión, y con ella parte de sus pertenencias, pero lo que más le pesaba y no le hicieron pesar eran sus ansias de triunfar. Esta amiga empezó a ir a las típicas fiestas alternativas de Kreuzberg, en la primera de las cuales se encontró con una pintora que utilizaba pintura transparente, en la segunda se encontró con una guitarrista que tocaba sin cuerdas y en la tercera a una directora de cine en cuyas películas solo había una imagen. En vez de dejar de ir a fiestas absurdas como muchas otras hubiesen hecho, siguió yendo, pero a partir de entonces para diferenciarse de todo el resto de artistas tomó la valiente decisión de dejar de decir que hacía fotografías, y eso no fue lo más trágico, sino que su ocaso continuó hasta que le dió por aceptar un trabajo en una empresa de publicidad. Triste historia sin duda la suya que será tan olvidada como repetida.

El fotógrafo está indefenso ante Berlín.

Fotografiar Berlín se ha convertido día a día en algo más difícil, las fotografías de Berlín se van agolpando, sobreponiéndose incluso como si de dobles exposiciones de negativos se tratasen, y los fotógrafos ya no saben qué hacer para innovar, para sacar algo de la ciudad que no haya sido fotografiado, algo diferente que los haga a ellos mismos diferentes como fotógrafos, como personas, o como fotógrafos-persona. Buscan esperando el momento en el que encontrarán esa serie de imágenes perfectas, porque no es suficiente con una, que los vayan a catapultar a aquel lugar del que no hay vuelta, un lugar al que solo se puede llegar después de haber en contrar la llave de la puerta del éxito. Cuya puerta, cuando se abrá, lo hará únicamente para ellos, haciéndoles pasar a ser parte de un mundo en el que únicamente hay una persona viva, rodeada de cadáveres llenos de prestigio y telarañas que no ocupan espacio, permitiendo lugar para egos tan grandes y necesitados de reconocimiento, egos grandes en cabinas parelelas que se irán acumulando en ese pequeño gran paraíso existente únicamente en sus cabezas.
Así son los fotógrafos, y lo peor es que en cada uno de nosotros hay un pequeño gran fotógrafo esperando a que llegue su despertar, de ello sacan bien provecho Canon, Nikon y sus compañeros. Se trata de una amenaza que no deja dormir a ninguno de los fotógrafos ya confesos y con “nombre”, que en vez de guiar por el buen camino a sus pupilos, arremeten contra ellos, disparando sus objetivos contra ellos y robándoles el alma, para que así no puedan salir nunca. No conformes con ello dejan abandonados a su suerte los cuerpos vacíos, mientras acumulan como si de una colección de sellos se tratase sus almas en carretes , papel, en memorias SD, Flash y cualquier otra novedad almacenadora que la tecnología ponga en sus manos.
Una vez conocí a una chica fotógrafa que llegó a Berlín pensándose que era la tierra de las oportunidades, embarcó su cámara de dos quilos en el avión, y con ella parte de sus pertenencias, pero lo que más le pesaba y no le hicieron pesar eran sus ansias de triunfar. Esta amiga empezó a ir a las típicas fiestas alternativas de Kreuzberg, en la primera de las cuales se encontró con una pintora que utilizaba pintura transparente, en la segunda se encontró con una guitarrista que tocaba sin cuerdas y en la tercera a una directora de cine en cuyas películas solo había una imagen. En vez de dejar de ir a fiestas absurdas como muchas otras hubiesen hecho, siguió yendo, pero a partir de entonces para diferenciarse de todo el resto de artistas tomó la valiente decisión de dejar de decir que hacía fotografías, y eso no fue lo más trágico, sino que su ocaso continuó hasta que le dió por aceptar un trabajo en una empresa de publicidad. Triste historia sin duda la suya que será tan olvidada como repetida.